El rincón de Diego

Lilypie - Personal pictureLilypie Third Birthday tickers

sábado, 10 de abril de 2010

En busca del Señor de los Mares I



Acabamos de regresar de Donsol, una fascinante y salvaje parte de Filipinas, donde la mas frondosa selva se hermana con el mar en el mas seductor de los atardeceres. Allí fuimos en busca de una de las más fascinantes criaturas que con recelo guardan los misterios del gran azul.

Antes de hablar de todo lo que tuve la suerte de vivir aquellos días, me gustaría resumir nuestras experiencias previas con los océanos y sus moradores.

Miami y Bahamas



Nos echamos la manta, y las maletas, a la cabeza y casi sin preparación emprendimos un viaje que nos llevaría primero a Miami y después a un paraíso en la tierra llamado Bahamas. Ya hace casi tres años, parece que fuera ayer por la noche. Maldito tiempo, cómo me ganas la partida una y otra vez.

Pasamos 4 días en Miami, bronceándonos por Palm Beach, contemplando la arquitectura Art Decó, disfrutando de un clima de ensueño y comprobando como la cirugía estética ha avanzando de la mano del sinsentido. Un verdadero paraíso para quien le guste, que no es mi caso. No sabría decir porqué, la gente, el ambiente que se respira, de verdad que no lo sé.



Pero lo mejor estaba por llegar. Una aerolínea local iba a llevarnos a Bahamas, eso sí que es un paraíso. Aunque hasta en eso hay discrepancias; en el avión comenzó a hablar conmigo un cubano que, por alguna extraña razón, no dejaba de llamarme Carlos, aunque yo le repitiera mil veces que mi nombre era Mario. Mientras yo estaba boquiabierto viendo aquellas islas desde el avión, él no paraba de repetirme insistentemente que aquello no era nada comparado con las playas cubanas. En lo que mi nuevo amigo me terminaba de contar los detalles de su operación de corazón y la fortuna que se había gastado, llegamos a Bahamas. Marisa y yo no despedimos de nuestro fortuito acompañante. Me llamo la atención como se despidió, no me dijo “que te vaya bien” o “cuídate” no. Se despidió con un “que ganes mucho dinero”… Bueno despedirse… a los 10 minutos, y ya a punto de tomar nuestro taxi, oigo a mis espaldas: “¡Carlooooos! ¡Pero dónde vas Carloooos! Me giro y veo a un gordito caribeño que a cien metros de distancia corre hacia mí como si su vida dependiera de ello. ¡Pero Carlos, que es mejor que salgas por la otra puerta! Espera que os acompañe. De los personajes más simpáticos que me he encontrado en mi vida.


Por fin llegamos a nuestro hotel. Nos alojamos en el Hilton, todo muy bien, aunque claro, no tiene comparación con el Hotel Atlantis – ni con sus 350 dólares por noche en la habitación más barata – Nuestra experiencia en este hotel merecería un post entero.


Volviendo a nuestro hotel, en la recepción tenían un catalogo con todas las actividades que podía hacerse. Entre ellas bucear con tiburones. Cuando me apunté Marisa pensó que estaba loco, y ella vino para intentar disuadirme… los dos acabamos en el agua.

El procedimiento era simple, una vez alcanzado el enclave donde se localizan los tiburones, los guías tiran una jaula llena de pescado. Fue impresionante ver llegar a no menos de 20 tiburones de arrecife en busca del alimento. La jaula es sumergida a unos 4-5 metros de profundidad. Nosotros debíamos saltar, agarrarnos a una cuerda y quedarnos cerca de la superficie viendo el espectáculo de aquel arrecife de ensueño, disfrutando de la paleta de colores con la que Poseidón imaginó las profundidades, y mezclándonos con los cientos de peces que bailaban a nuestro alrededor. Yo estaba el penúltimo de la cordada, justo después de Marisa. Nos repitieron mil veces que no nos moviéramos mucho, y sobre todo que no chapoteáramos en el agua, pues lo tiburones podrían confundir esto con los peces. Pero en todo grupo siempre hay uno, una en este caso. Esa “una” se puso nerviosa ante la visión de los escualos, y quién no. Pero mientras el resto nos quedábamos inmóviles, escuchando nuestra respiración acelerarse y nuestro ritmo cardiaco dispararse mientras los tiburones luchaban por sus presas, ella empezó a moverse, a chapotear, a llamar la atención de nuestro anfitriones.







Los tiburones se pusieron nerviosos, comenzaron a nadar en círculos mientras se iban acercando más y más a nosotros. Los guías nos gritaban que saliéramos pronto, sin perder el tiempo. La primera en salir fue aquella mujer, dejándonos a los demás esperando pacientes nuestro turno. Uno a uno íbamos saliendo, doce personas en total. Ya le tocaba el turno a Marisa, mientras ella se encaramaba a las escaleras, yo gire la cabeza para ver a la única persona que estaba detrás de mí, una argentina instructora de buceo que nos había acompañado. Al girar de nuevo la cabeza para buscar las escaleras un tiburón paso justo entre el espacio que separaba mi cara del barco. Paso tan cerca que me golpeó las gafas. No fue nada, tan solo un aviso de mi huésped curioso. Un recordatorio de quién mandaba allí.





Al subir al barco, los guías arrojaron mas carnaza al agua, fue increíble ver como los tiburones peleaban por su ración. Quizás si hubiéramos visto esto antes no nos habríamos aventurado.

Sri Lanka y Maldivas.



En nuestra luna de miel fuimos a Sri Lanka primero y Maldivas después. Sri Lanka me cautivó, a pesar de su complicado presente y gracias a su fascinante pasado. Fue una semana de madrugones, de un no parar, de un no querer dejar nada para la próxima vez. Marisa ya ha viajado mucho conmigo, lo acepta, a veces.

Colombo, el orfanato de elefantes en Pinnawela, Polonnaruwa antigua capital del país, Anuradhapura y su buda de 13 metros, Sigiriya, fortaleza construida por el Rey Kasyapa en el siglo V, con sus frescos las “Doncellas Doradas”, las cuevas de Dambulla que en el siglo Iº antes de Cristo fueron transformadas en templos budistas. En total hay 5 cuevas con 150 Budas, destacando el Buda Recostado de 14 metros. Finalmente fuimos a Kandy para visitar su mágico y misterioso del Templo del Diente, donde se conserva una reliquia del Diente de Buda. Por la noche cena y para despedirnos del país fuimos a un show de danzas culturales.




















Por fin llegamos a Maldivas, ya era bien entrada la noche cuando vinieron a recogernos para llevarnos a nuestro hotel en Male, capital del país. Male se me antojo una ciudad caótica, no cabría un edificio más, oscura, lúgubre, peligrosa… claro que todavía no había vivido en Filipinas. Íbamos en el coche cuando le dije a Marisa “¿te imaginas que ahora paran aquí y nos dicen que este es nuestro hotel? Como en una película mala de serie B, el conductor paró y nos dijo que acabamos de llegar a nuestro hotel, supuestamente de cuatro estrellas. No salimos de la habitación ni para cenar, quién nos ha visto y quién nos ve.

A la mañana siguiente una hidroavioneta nos llevó a la isla de Kuredu, donde estaba nuestro hotel. Fue la primera vez que amerizaba, toda una experiencia.




La isla de Kuredu es otra cosa, el edén, el paraíso del que Adán y Eva fueron desterrados. Las habitaciones son unas cabañas que se erigen dentro de un mar que sirve de cristalino espejo al ancho cielo. Las crías de tiburones y mantas se acercan, literalmente, hasta el umbral de nuestra puerta, para escaparse burlones si les intentamos seguir.





Tanta era nuestra fascinación por nuestra experiencia en Bahamas que decidimos hacer el curso de Buceo (PADI). Marisa volvió a consentir, y nos pasamos toda la semana levantados pronto para ir a clase por la mañana, inmersiones por la tarde, exámenes, ejercicios… santa paciencia.



Pero mereció la pena, fue la llave a otro mundo, fascinante, atrayente, único. La fauna marina que vimos es innumerable, cientos de peces tropicales, morenas, langostas, tortugas marinas… todo ello bajo un escenario de coral multicolor e incluso un viejo pecio hundido cuya proa se perdía en el oscuro infinito.

En una de esas excursiones al reino de Poseidón fue cuando vivimos una de nuestras experiencias más románticas y hermosas. Íbamos buceando cogidos de la mano, lentamente, cuando vimos aparecer majestuosa y elegante una manta que cortaba cada rayo de sol que osaba a colarse en las cálidas aguas. Una imagen que perdura en mi retina, un sentimiento que estremece cada recuerdo. Que me quiten lo “buceao” .



Con esto cierro el paréntesis y vuelvo al presente. Momento en el que viajamos a Donsol, hogar del majestuoso Tiburón Ballena.

Continuará…


Mario Jiménez

3 comentarios:

  1. Intentando recuperar la mandíbula, que se ha caído al suelo. De paraíso en paraiso. ¡Impresionante!

    ResponderEliminar
  2. Hola Mario y Marisa,
    Me tope con su blg y me parece muy interesante, que bueno que esten visitando tantos lugares. Mi marido (Marcelo) y yo (Alejandra) nos mudamos recien a Manila por trabajo, despues de vivir varios anos en Boston (somos Bolivianos). Si siguen por aca tal vez nos podriamos reunir uno de estos dias para ir a comer algo o tomar un cafe? Nos pueden encontrar en: m_urjel@yahoo.com
    Saludos,
    Marcelo y Ale

    ResponderEliminar
  3. Hola que tal. Por que zona de Makati van a vivir?

    ResponderEliminar

Se admiten y se aprecian vuestros comentarios!!