Este nuevo año me he propuesto volver a retomar de manera periódica la actualización del Blog. Ya casi ha acabado el mes de enero y esta va a ser la primera entrada, así que mal empezamos… No es que no hayan pasado cosas, al revés, tengo pendientes varios viajes, miles de vivencias e incluso una operación de apendicitis en plena Navidad… Lo único que me faltaba eran ganas de fingir que no soy un escritor frustrado. Siempre lo digo, si tuviera un poco más de talento y menos miedo otro gallo cantaría, no sé si desafinaría más, pero sería otro gallo seguro.
Sin embargo, no quiero retomar el blog hablando de ningún viaje, quiero hablar de algo mucho más importante, la amistad. Es curioso, me he dado cuenta que según escribía esa palabra, amistad, me entraba una extraña sensación, casi como de vergüenza. Nada raro supongo, siempre me costó hablar de sentimientos, así que tiendo a enmascáralos con risas, chascarrillos y miradas a otro lado.
La distancia es el olvido, o eso dicen. En el fondo depende de la relación y el sentimiento. Cuando las cosas son de verdad unos cuantos miles de kilómetros no las trasforman en mentira.
En mi caso la distancia ha servido para volver a reunirme con mis viejos amigos de la infancia. Durante todos estos años he sido capaz de mantener la amistad que desde la facultad me une a Fran. Sin embargo, con los amigos del barrio me fui distanciando. Con los años me fui dando cuenta que al perderlos a ellos también me estaba perdiendo yo. Somos lo que hemos vivido y con quien lo hemos vivido, relegar a galeras a los seres queridos es dejar de ser nosotros para convertirnos en otra cosa. En el fondo no hay mayor distancia que el olvido ni mayor ofensa que traicionarse a uno mismo.
El caso es que la excusa de que me había ido a vivir muy lejos me pareció perfecta para intentar retomar el contacto. Luego, ellos me enseñarían que no hace falta buscar ningún pretexto.
Al primero que volví a ver fue a Ricardo, una noche entera de “banco y pipas”. El tiempo no se paró, retrocedió, nos pusimos al día de tantos años en cuestión de segundos. Reí hasta llorar, como no lo había hecho en mucho tiempo. A las pocas horas de nuestro encuentro recibí la noticia del fallecimiento de mi padre. Ricardo fue de las primeras personas a las que llamé, al poco tiempo vino a verme y volvimos a compartir lágrimas.
No fue hasta mi siguiente visita a Madrid cuando pude quedar con todos. Recuerdo ir en el coche buscando la dirección, mis amigos me intentaban indicar por el móvil cómo llegar sin perderme más de lo que es habitual en mi. Estaba bastante nervioso, no sé por qué, o quizás sí lo sé y no me atrevo a confesarlo, qué más da. Al primero que vi fue a Vizcaíno. Ni me acordaba de cuándo fue la última vez que nos vimos. Lo que si recordé al instante fue todo lo que habíamos pasado juntos. Al llegar me saludó como si nos hubiéramos visto la semana pasada. Como si nada hubiera cambiado, fue entonces cuando comencé a pensar que quizás, con suerte, nada había cambiado. Dentro estaban los demás Ricardo, Truji y Javi con sus mujeres e hijos. Todo fue natural, espontaneo. Al rato estaba hablando con Truji, contándole las vivencias por tierras Filipinas, e intentado avivar su espíritu aventurero y viajero para que venga junto con Patricia a visitarnos. Fue justo en aquel momento, hablando con él cuando sentí algo muy especial. Me sentí más cómodo de lo que había estado en mucho tiempo. Me sentí en casa.
¡Cómo me divertí ese día! Cuando ya llevábamos un par de mojitos nos quitamos las camisetas (no pude dejar de fijarme en lo en forma que se conservaban todos en general y Ricardo en particular) y comenzamos a hacer el gañan en la piscina como, hace ya una colección de lustros, hacíamos en aquella otra piscina… cómo se llamaba… Solimpar creo recordar.
La última vez que les vi nos reunimos para cenar. Esta vez se pudo unir Israel junto con su mujer. Todo fue mejor si cabe, al darle continuidad me convencía de que todo aquello no era un espejismo. Volví a reírme, a pasarlo como nunca, o mejor dicho como antes. Lo que dije en aquel brindis con tres cervezas de más (lo que equivale a decir que me había tomado tres cervezas), era totalmente cierto: el viaje de más de 20 horas desde Filipinas merecía la pena aunque solo fuera para pasar una noche como aquella. Lástima de no poder coincidir con David, él también se ha ido a vivir fuera de Madrid, confío que pronto podamos vernos ya sea en España o Filipinas.
Lo peor con diferencia es saber que solo les puedo ver de tarde en tarde. Al final de aquella noche nos quedamos hablando en el coche con Truji y Patricia. Intentaba extender la conversación mas allá de lo que la razón daba de sí. Intentaba ganar segundos al reloj, regatenado aquellas manecillas que me anunciaban que tardaría otro puñado de meses en volver a reunirme con mis amigos de toda la vida.
Nuestra vida es lo que recordamos de ella. En muchos de mis mejores recuerdos ellos han estado presentes, en aquellos partidos con nuestro mítico TOSURTON, subiendo a Peñalara o simplemente hablando en un banco de una plaza. Junto a ellos recorrí el camino de la niñez a la madurez, con ellos no estoy, con ellos soy. Simplemente yo.
Muchas gracias.
"Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al siguiente ya no estás aquí. Pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un pueblo, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, una calle como muchas otras calles. Y el asunto es que, después de todos estos años, sigo mirando hacia atrás, maravillado."
Mario Jiménez.