El rincón de Diego

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lunes, 29 de marzo de 2010

Fotografías II


Este fin de semana teníamos pensado hacer una excursión por Manila, visitar el museo nacional, ir a Intramuros, dejarnos caer, por fin, por el Instituto Cervantes y comer en al Casino de España. El viernes se truncaron todos los planes. Un virus, o vaya usted a saber qué, me han dejado postrado en la cama con fiebre y continuas visitas al cuarto de baño.

Tres días de cama recibiendo los cuidados de Marisa, viendo  History Chanel e incluso he revivido el pasado junto a Forres Gump y Notting Hill. Así que, como no he tenido tiempo de escribir, adelanto la segunda remesa de fotografías.

Luz de Tokio.




Una rosa es una rosa.





Tres deseos.




Flor de loto.




París.




Romancero.




Maestranza de Sevilla






Mario Jiménez.

jueves, 25 de marzo de 2010

Medios de transporte


Moverse por Manila no es cosa fácil: una población de más de 11 millones de personas que viven en las  calles que conforman el dédalo del área metropolitana, unos atascos cuasi perennes y una forma de conducir muy distinta a la estamos acostumbrados los que somos peregrinos de tierra extraña, hacen de los desplazamientos en la capital tagala una épica odisea.


Empecemos por las infraestructuras. Hay de todo, desde caminos de tierra, carreteras comarcales que se pierden por la densa selva, hasta autovías de peaje. Está claro que no son las mejores carreteras del mundo, pero sí, por ejemplo, son mucho mejores que en Sri Lanka. Además, las infraestructuras van mejorando poco a poco.



El parque automovilístico es de lo más variopinto. Nos encontramos desde coches de fabricación casera, utilitarios, todo terreno y monovolúmenes hasta un gran número de motocicletas de pequeña cilindrada. Los coches son sobre todo de marcas asiáticas: Toyota, Nissan, Honda y Hyundai abarrotan las carreteras de Manila. También es fácil ver coches de la marca Ford. En cuanto a las marcas europeas, sólo están presentes en la gama alta. Dependiendo en qué áreas de la ciudad nos movamos – urbanizaciones de lujo principalmente- no es difícil encontrar Mercedes, BMW, Audi, Volvo, Porche o incluso Ferrari. Hay que destacar que este tipo de coches denominados de lujo, son cargados con un impuesto del 100% del valor del coche. También me llamó mucho la atención el gran número de WV Beetle antiguos que circulan por la ciudad. Por cierto, el carnet de conducir filipino se puede convalidar en España y viceversa. Esto también es válido para el carnet de motos, que aquí es especialmente fácil de conseguir, basta con ir a tráfico y pagar. Como yo todavía no tengo el carnet de moto, y tengo una deuda pendiente de saldar con mi amigo Fran, quizás sea esta una buena oportunidad de volver a España con el carnet en la cartera. Eso sí, luego tendré que dar clases allí…



El transporte público es un mundo aparte. Tenemos desde autobuses con más años en sus desgastadas ruedas de lo que mi imaginación se atreve a sospechar, pasando por autocares que recorren la isla de punta a punta, hasta una gran variedad de taxis. Algunos de estos taxis literalmente se caen a cachos, lo cual me hace suponer que aquí no hay ITV ni nada que se le parezca. Otros, en cambio, son muy nuevos y cuidados. Los mejores taxis se suelen encontrar esperando pacientemente en el aeropuerto. Un consejo, siempre que cojamos un taxi en Filipinas es conveniente cerrar el precio de antemano y preguntar si tienen cambio. Así nos ahorraremos sorpresa como cuando Marisa fue a pagar con 1000 pesos una trayecto de 100, el taxista le dijo que no tenía cambio y que se tendría que quedar con los 1000. Cuando el guardia de seguridad del hotel al que iba Marisa se acercó escopeta en mano, milagrosamente el taxista encontró el cambio. Pero vamos, esto no es algo que no pase en España, donde algunos taxistas piensan que trayecto “en espiral” es mucho mejor y más interesante que el de la línea recta.

Hay otro tipo de “taxis” que no puedo dejar de mencionar. Son unas motos con un sidecar completamente artesanal denominados triciclos. Están por todas parte y por poco más de 20 pesos nos llevan donde les pidamos, siempre que estemos dispuestos a no poner demasiadas pegas a la comodidad del vehiculo.



En Filipinas no hay metro, aunque aquel anuncio de un pequeño pueblo perdido en mitad de la selva, que construía un metro a semejanza del de Madrid, fue grabado en Filipinas. De hecho, el pueblo se encuentra en Mindanao y efectivamente se llama Madrid. Hay una especie de línea de cercanías, eso sí, que recorre el centro de la ciudad con una razonable eficiencia.

Pero mención aparte merecen los Jeepneys. Son vehículos que podemos encontrar exclusivamente en Filipinas. Estos vehículos son una especie de… pues no encuentro nada con que compararlo. Son de construcción casera y artesanal, y están “inspirados” en los jeeps americanos, aunque son más altos y alargados que estos. Estos vehículos son utilizados como transporte público. Los pasajeros, 8 ó 10 como máximo, se montan en la parte de atrás y golpean el techo cuando quieren bajarse. Los jeepneys son decorados por sus propietarios compitiendo en originalidad unos y osadía otros. Es la peculiar interpretación filipinas del ”Tuning”. Indudablemente dan un colorido especial a las carreteras filipinas.



Por supuesto, ademas de estos medios de trasporte que recorren el frio asfalto, hay otros mucho mas agradables y placenteros...




PD. Justo mientras escribía este post he sentido el primer terremoto de mi vida. Según las noticias ha sido de intensidad 6,2 teniendo su epicentro a 135 km del suroeste de Manila, pero se ha sentido hasta en Makati. Mi sensación ha sido como si la silla estuviera rota y “bailara”. Luego pensé que me había mareado, hasta que me llamó Marisa para decirme lo que había ocurrido realmente.

Mario Jiménez

domingo, 14 de marzo de 2010

Fotografías



Hace ya algún tiempo que decidí añadir a mis lista de “cosas que aprender” la fotografía. Seguía así con mi natural tendencia a abarcar más de los que mis brazos pueden abrazar y mi sentido común aconsejar. Pero si no lo hiciera no sería yo mismo, y harto de luchar contra lo que no tenía sentido, decidí darme una oportunidad. Una de verdad.

Ya han pasado varios meses desde que “rapté” a Marisa en Tokio para que me ayudara a encontrar la cámara que buscaba, aun sin saber lo que quería. Desde entonces me he esforzado en aprender algo, y por el camino he encontrado más ilusión que conocimiento. Pero, puesto que partía del cero más absoluto, cada paso que daba parecía de gigante, al menos para mis ojos.

Aquí dejo una pequeña muestra.

Melancolía





Esperanza






Solo para dos




Sinfonía para un sordo.




Besando el cielo




Felicidad.





Mario Jiménez

lunes, 8 de marzo de 2010

Disney Sea


Mario dice que mi momento más feliz fue cuando le embistió el ciervo aquel en Nara… no le voy a negar que me pongo ese vídeo una y otra vez y sigo llorando de la risa al escuchar eso de “¿pero no éramos amigos?” mientras corría delante de la cornamenta aquella… sólo de pensarlo ahora me entra la risa.


Pero no, está equivocado, y voy a quedar un poco mal pero voy a ser sincera… los templos… impresionantes… la gente… un encanto, el paisaje… maravilloso. ¿Lo que más me gustó de todo? Lo siento… DISNEY TOKIO.

Aquellos que me conocen saben que la niña que fui no siempre tuvo la oportunidad de ser lo que era (una niña) y por eso, a día de hoy, con mis 31 años no pierdo la oportunidad de volver a serlo…

Mario había estado en Eurodisney, y me hablaba maravillas del sitio, así que decidió que ya que estábamos en Tokio y aunque no teníamos muchos días, me merecía ese “regalito”.

El día amaneció lluvioso, y aunque estábamos los dos enfermos con la garganta (yo encima no podía tomar nada por el embarazo y tenía contracciones) me sentía feliz, claro, como una niña, ¡iba a ir a Disney! Así que me levanté tempranito y me lancé a la calle a buscar el desayuno, un cafelito caliente de sobre y unas galletas para animar a Mario. No recuerdo ese tipo de emoción desde… no sé, alguna mañana de reyes de hace muchos, muchos años…

Y allí que nos fuimos, conseguimos subir al tren adecuado, parar en la estación correcta (sólo nos costó dos intentos) y subimos al tren de Disney…


Nada más llegar a la entrada tuvimos un avance de lo que iba a ser la jornada… gente, más gente, colas laaaargas, inmensas… claro, era domingo, pero no pudimos ir otro día…

En la cola nos entreteníamos como podíamos, los japoneses son MUY frikis, no había visto nunca nada igual… claro que todo se pega, yo acabé con Nemo por sombrero (me encanta Nemo… )


Mario ya empezaba a quejarse, le dolía la garganta, las colas no avanzaban…y yo no quería reconocerlo pero estar ahí parada con el barrigón de 7 meses tampoco era muy cómodo… tardamos como una hora y media en llegar a la caja, por suerte aceptaban tarjetas (en Japón no las aceptan en todos sitios) y allí que entramos…

No podía cerrar la boca de la impresión, eso sí, me derrumbé literalmente en el primer banco que vi, no podía más. La bola aquella del mundo, gigante, en mitad de una fuente, el castillo un poco más adelante, un volcán, un templo, un barco… los ojos se me salían de las órbitas… Y de pronto cuando consigo levantar mi (ya gordo) culo del banco… ¡empieza el espectáculo! Mickey, Minnie, Goofy… Bailando al son de MASCARADE, ¡Viva Halloween!


Y bueno, no me importa admitirlo y sé que hay documentos gráficos del evento, LLORÉ DE LA EMOCIÓN, ja ja, echaremos la culpa a las hormonas del embarazo.


Reconozco que, como dice Mario, el parque está mal gestionado, no puede ser que tarde hora y media en subir a cada atracción porque al final del día has montado en tres como mucho (súmale las horas que haces cola también para comprar comida, bebida o ir al baño) pero ni siquiera eso empañó mi deseo de disfrutar de Disney Sea. Por desgracia la mitad de las atracciones me estaban prohibidas por el embarazo, pero mis ganas de disfrutar del día hicieron de las atracciones infantiles (las únicas en las que me dejaban subir) parecieran suficientemente buenas, además, y algo bueno tenían que tener, eran las de las colas más cortas. Lo siento por Mario que no pudo disfrutar de la aventura de “Indiana Jones” y de otras por el estilo, y encima estuvo aguantando mecha, estaba tan agotada y me dolía tanto la espalda que no me importaba la lluvia ni el frio, me sentaba hasta en el suelo porque no aguantaba más de pie, y claro, llevaba todo el pantalón mojado… pero no había quien me llevase de vuelta al hotel.


Paseamos por la cubierta del Titanic, recorrimos 20.000 leguas de viaje submarino, navegamos con Simbad el Marino, un gondolero nos paseó por Venecia haciendo chistes en japonés, que evidentemente a todos les hacían gracia menos a nosotros, y por ser educados parecíamos idiotas, riendo cuando ya todo el mundo había parado o aplaudiendo a destiempo…


También subimos a un Galeón y lo exploramos, allí perdí a Mario y lo encontré mas tarde… tirando cañonazos con los niños. Me lo llevé de allí a rastras.

Nos adentramos en el fondo del mar y disfrutamos del espectáculos, unas medusas fluorescentes y gigantes en el reino de La Sirenita, donde algunos papis aprovechaban la oscuridad del fondo del mar para echar una siesta…

Y todo ello mientras con una sonrisa estoica hacíamos colas para comprar palomitas con sabor a chocolate (si, ya lo sé, a mí también me pareció asqueroso hasta que comprobé por todos los puestos del parque las opciones, sabor a washabi, a pimienta negra, a queso…)por cierto, a Mario le encantaron, quiero pensar que era el hambre…

Como ya he contado estaba lloviendo, así que en cuanto oscureció empezaron a cerrar atracciones (eso sí, que nadie piense que las colas menguaron, los persistentes japoneses tenían más mecha que nosotros) y se suspendió el desfile nocturno, los fuegos artificiales del cierre se vieron reducidos a la mínima expresión pero allí estábamos, aguantando estoicamente.




La última parada la hicimos en las tiendas, donde le compramos a Diego su primer peluche (un carisísimo osito muy suave que se llama Duffy que tenía más complementos que los de las muñecas que le daban a Momo los Hombres Grises) y que Mario tardó meses en soltar, empeñándose en que era para él y no para su hijo… Y un babero, que acabo de lavar para que Diego lo estrene esta noche, ya que tiene la simpática afición de refregarse hasta asegurarse de que tiene toda la cara bien empapada de leche…

lunes, 1 de marzo de 2010

El soldadito de hojalata.



A la memoria de mi abuelo Braulio y a Diego, padre de Marisa y abuelo de mi hijo.



- Abuelo, ¿me cuentas un cuento?

- ¿otro?

- Por favor…

- Bueno, vale.

- Eres el mejor abuelo del mundo.

- Eso es porque tengo el mejor nieto.

- ¡Pero empieza ya! ¿Habrá dragones?

- No.

- ¿Y princesas? ¿Y caballeros con armaduras?

- No, pero habrá un soldado de juguete.

- ¿Un soldadito de plomo?

- No, de hojalata.

- ¿Y ese soldadito tenía un fusil y estaba cojo?

- No, pero tenía un tambor, un pequeño tambor dorado.

- Jo, que rollo.

- Bueno, entonces no te lo cuento.

- ¡No! ¡No!, por favor cuéntamelo, cuéntamelo.

- ¡Pero si no me dejas!

- Ya me callo, abuelo.

- A ver si es verdad. Pues veras, este soldadito…

- Abuelo…

- ¡Qué!

- Así no empiezan los cuentos…

- Tienes razón, voy a empezar de nuevo:


Erase una vez un soldadito de hojalata. Este soldadito tenía un precioso uniforme de gala. Sus pantalones azules estaban adornados con un par de tiras rojas a cada lado. Su cosaca era del mismo color que las tiras de los pantalones, 20 botones dorados y uno de plata cerraban la chaqueta roja, que se ajustaba al cuerpo del soldadito como anillo al dedo. De cada hombro colgaban una borlas de color azul, que se movían alegremente cada vez el soldadito marchaba. Sus zapatos eran negros, muy brillantes y limpios, aunque siempre el cordón izquierdo andaba desatado. Completaba el bonito uniforme un sobrero, también negro, muy largo. Al soldadito le gustaba mucho su sombrero pues, además de hacerle parecer más alto, le daba un porte muy elegante y distinguido.

Colgaba del cuello del soldadito un tambor dorado, que hacía juego con los botones de la casaca. Bueno, con todos menos con uno. Sí, este soldadito era músico y tocaba las más hermosas marchar militares sin descanso, nunca perdía el compás.

Vivía el soldadito en la habitación de Diego, un travieso niño que acababa de celebrar su sexto cumpleaños.

- Abuelo.

- ¿Qué?

- Yo también me llamo Diego y tengo seis años.

- Ya lo sé.

- Pero yo no soy travieso.

- A veces sí, además, ¿quién te ha dicho a ti que tú seas el mismo Diego que el del cuento?

- Es verdad, yo no tengo ningún soldadito de hojalata.

- ¿Lo ves?, Déjame que continúe anda.

Como te decía, el soldadito vivía en la habitación de Diego, junto con los otros juguetes. Sin embargo, él era el único soldadito. Formaba pues, él solito, un ejército de uno solo.

Un día, estaba el soldadito marchando, tocando su tambor, lleno de alegría y orgullo, pues no hay nada que regocije más que hacer lo que a uno realmente le gusta. Seguía el soldadito con su solemne marcha cuando un terrible accidente sucedió. El soldadito pisó el cordón de su zapato izquierdo, cayendo de bruces contra el suelo.

- Por eso mis papas siempre me dicen que me ate los cordones

- Por eso mismo.

- Yo me sé atar los cordones de los zapatos, tú me enseñaste con el juego de la serpiente, ¿te acuerdas?

- Cómo lo podría olvidar. ¿Seguimos?


Por desgracia, al caer se rompió una de las correas que sujetaban el tambor dorado al cuello del soldadito.” Qué voy a hacer ahora, no podré marchar y tocar el tambor” decía el soldadito, “Yo que soy el único soldadito de un ejército de uno solo”. Y una profunda tristeza anidó en su corazón, pues los soldaditos, aunque sean de hojalata, también tienen corazón.

El soldadito pasó muchos días sentado en un rincón de la habitación, sin querer hablar con nadie. No quería, además, que Diego le viera en ese estado, roto, viejo, hundido.

Un buen día, los demás juguetes se acercaron para hablar con él. Tomó la palabra “el patito pirata del ala de palo”. Era aquel patito uno de los juguetes más antiguos de la habitación, ya había servido como termómetro para comprobar el agua con la que Diego se bañaba, cuando era este aun un bebé. “Soldadito, tú siempre nos has ayudado, nos has alegrado en innumerables ocasiones con tus marchas, siempre nos has protegido, no en vano eres el único soldadito de un ejército de uno solo. Ahora nos toca ayudarte a nosotros”. El soldadito se puso de pie de un brinco, no llegaba a entender lo que estaba sucediendo. El patito prosiguió, “Cada uno de los peluches ha cogido un hilo de sus costuras y los usaremos para arreglar tu tambor”. El soldadito estaba muy nervioso, no sabía que decir pero finalmente dijo lo único que se podía decir: “gracias”.



Todos se pusieron manos a la obra. Después de varias horas de duro trabajo, no era cuestión de hacer una chapuza, el tambor parecía arreglado. Llegaba el momento de la verdad, el soldadito se preparaba para hacer un redoble y comprobar, así, que la correa reparada podía resistir como en los viejos tiempos. Todos los juguetes aguantaron la respiración, expectantes e impacientes. Por fin el soldadito golpeo el tambor con uno de los palillos. Inmediatamente la correa se volvió a romper, dejando caer el tambor al suelo. Un gran “oooh” se escuchó en la habitación de Diego. El soldadito se quedo inmóvil, todos le miraban fijamente, y de repente el soldadito sonrió y exclamo: “muchas gracias de nuevo por vuestra ayuda”. El soldadito no estaba triste, pues había descubierto algo mucho más importante que su tambor, la verdadera amistad, aquella que acude cuando se la necesita, sin pedir nada a cambio.



Pasaron largos meses sin que se oyera el sonido de aquel tambor. Una tarde, mientras Diego jugaba en un parque cercano a su casa, su abuelo entró en la habitación y se fijo en aquel viejo soldadito que le recordaba a uno que  había tenido cuando era niño. Lo cogió y se lo llevo con el firme propósito de arreglarlo.

- Abuelo, ¿a que los mayores lo saben todo y todo lo pueden arreglar?

- Por desgracia no

- ¿El abuelo de Diego se llamaba como tú?

- No lo sé, si te digo la verdad no lo recuerdo.

- ¡Qué tramposo, no me lo quieres decir!

- Ja,ja,ja, vamos a terminar el cuento.

Varios días después, el abuelo regresó para devolverle el soldadito a Diego, el cual se puso muy contento al ver que su juguete había quedado como nuevo. Aquella misma tarde, aprovechando que Diego se había ido al cine con sus padres, el soldadito volvió a marchar, haciendo sonar su tambor como nunca lo había hecho. Todos sus compañeros acudieron para darle la bienvenida, incluso organizaron una gran fiesta en su honor. Ese día el soldadito fue feliz, pero no más feliz que cuando sus amigos se le acercaron para recordarle que siempre podría contar con ellos. Fin.

- ¿Esto cuento no tiene moraleja abuelo?

- Claro que sí, tú cuál crees que es.

- No lo sé, ¿qué siempre hay que llevar los cordones de los zapatos abrochados?

- Bueno, eso también.

- Abuelo, así no se acaban los cuentos.

- Es verdad, Colorín, colorado, este cuento se ha acabado

- Eres el mejor abuelo del mundo, todos los nietos debería tener un abuelo como tú, y si no se lo tendrían que inventar.

- Eso es porque tengo el mejor nieto del mundo.

- Abuelo, estás llorando

- Será una mota de polvo

- Abuelo…

- Qué.

- Siempre me dices lo mismo.

- Es hora de dormir.

- Buenas noches abuelo.

- Buenas noches Diego.



Todos los personajes son inventados excepto Diego y “el patito pirata del ala de palo” Inspirado en la canción de Enya “One toy Soldier” y en el libro de Fernando Sánchez Dragó “ Soseki, inmortal y tigre”. Pero sobre todo, inspirado y escrito por y para mi hijo Diego.



Mario Jiménez.