El rincón de Diego

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lunes, 1 de marzo de 2010

El soldadito de hojalata.



A la memoria de mi abuelo Braulio y a Diego, padre de Marisa y abuelo de mi hijo.



- Abuelo, ¿me cuentas un cuento?

- ¿otro?

- Por favor…

- Bueno, vale.

- Eres el mejor abuelo del mundo.

- Eso es porque tengo el mejor nieto.

- ¡Pero empieza ya! ¿Habrá dragones?

- No.

- ¿Y princesas? ¿Y caballeros con armaduras?

- No, pero habrá un soldado de juguete.

- ¿Un soldadito de plomo?

- No, de hojalata.

- ¿Y ese soldadito tenía un fusil y estaba cojo?

- No, pero tenía un tambor, un pequeño tambor dorado.

- Jo, que rollo.

- Bueno, entonces no te lo cuento.

- ¡No! ¡No!, por favor cuéntamelo, cuéntamelo.

- ¡Pero si no me dejas!

- Ya me callo, abuelo.

- A ver si es verdad. Pues veras, este soldadito…

- Abuelo…

- ¡Qué!

- Así no empiezan los cuentos…

- Tienes razón, voy a empezar de nuevo:


Erase una vez un soldadito de hojalata. Este soldadito tenía un precioso uniforme de gala. Sus pantalones azules estaban adornados con un par de tiras rojas a cada lado. Su cosaca era del mismo color que las tiras de los pantalones, 20 botones dorados y uno de plata cerraban la chaqueta roja, que se ajustaba al cuerpo del soldadito como anillo al dedo. De cada hombro colgaban una borlas de color azul, que se movían alegremente cada vez el soldadito marchaba. Sus zapatos eran negros, muy brillantes y limpios, aunque siempre el cordón izquierdo andaba desatado. Completaba el bonito uniforme un sobrero, también negro, muy largo. Al soldadito le gustaba mucho su sombrero pues, además de hacerle parecer más alto, le daba un porte muy elegante y distinguido.

Colgaba del cuello del soldadito un tambor dorado, que hacía juego con los botones de la casaca. Bueno, con todos menos con uno. Sí, este soldadito era músico y tocaba las más hermosas marchar militares sin descanso, nunca perdía el compás.

Vivía el soldadito en la habitación de Diego, un travieso niño que acababa de celebrar su sexto cumpleaños.

- Abuelo.

- ¿Qué?

- Yo también me llamo Diego y tengo seis años.

- Ya lo sé.

- Pero yo no soy travieso.

- A veces sí, además, ¿quién te ha dicho a ti que tú seas el mismo Diego que el del cuento?

- Es verdad, yo no tengo ningún soldadito de hojalata.

- ¿Lo ves?, Déjame que continúe anda.

Como te decía, el soldadito vivía en la habitación de Diego, junto con los otros juguetes. Sin embargo, él era el único soldadito. Formaba pues, él solito, un ejército de uno solo.

Un día, estaba el soldadito marchando, tocando su tambor, lleno de alegría y orgullo, pues no hay nada que regocije más que hacer lo que a uno realmente le gusta. Seguía el soldadito con su solemne marcha cuando un terrible accidente sucedió. El soldadito pisó el cordón de su zapato izquierdo, cayendo de bruces contra el suelo.

- Por eso mis papas siempre me dicen que me ate los cordones

- Por eso mismo.

- Yo me sé atar los cordones de los zapatos, tú me enseñaste con el juego de la serpiente, ¿te acuerdas?

- Cómo lo podría olvidar. ¿Seguimos?


Por desgracia, al caer se rompió una de las correas que sujetaban el tambor dorado al cuello del soldadito.” Qué voy a hacer ahora, no podré marchar y tocar el tambor” decía el soldadito, “Yo que soy el único soldadito de un ejército de uno solo”. Y una profunda tristeza anidó en su corazón, pues los soldaditos, aunque sean de hojalata, también tienen corazón.

El soldadito pasó muchos días sentado en un rincón de la habitación, sin querer hablar con nadie. No quería, además, que Diego le viera en ese estado, roto, viejo, hundido.

Un buen día, los demás juguetes se acercaron para hablar con él. Tomó la palabra “el patito pirata del ala de palo”. Era aquel patito uno de los juguetes más antiguos de la habitación, ya había servido como termómetro para comprobar el agua con la que Diego se bañaba, cuando era este aun un bebé. “Soldadito, tú siempre nos has ayudado, nos has alegrado en innumerables ocasiones con tus marchas, siempre nos has protegido, no en vano eres el único soldadito de un ejército de uno solo. Ahora nos toca ayudarte a nosotros”. El soldadito se puso de pie de un brinco, no llegaba a entender lo que estaba sucediendo. El patito prosiguió, “Cada uno de los peluches ha cogido un hilo de sus costuras y los usaremos para arreglar tu tambor”. El soldadito estaba muy nervioso, no sabía que decir pero finalmente dijo lo único que se podía decir: “gracias”.



Todos se pusieron manos a la obra. Después de varias horas de duro trabajo, no era cuestión de hacer una chapuza, el tambor parecía arreglado. Llegaba el momento de la verdad, el soldadito se preparaba para hacer un redoble y comprobar, así, que la correa reparada podía resistir como en los viejos tiempos. Todos los juguetes aguantaron la respiración, expectantes e impacientes. Por fin el soldadito golpeo el tambor con uno de los palillos. Inmediatamente la correa se volvió a romper, dejando caer el tambor al suelo. Un gran “oooh” se escuchó en la habitación de Diego. El soldadito se quedo inmóvil, todos le miraban fijamente, y de repente el soldadito sonrió y exclamo: “muchas gracias de nuevo por vuestra ayuda”. El soldadito no estaba triste, pues había descubierto algo mucho más importante que su tambor, la verdadera amistad, aquella que acude cuando se la necesita, sin pedir nada a cambio.



Pasaron largos meses sin que se oyera el sonido de aquel tambor. Una tarde, mientras Diego jugaba en un parque cercano a su casa, su abuelo entró en la habitación y se fijo en aquel viejo soldadito que le recordaba a uno que  había tenido cuando era niño. Lo cogió y se lo llevo con el firme propósito de arreglarlo.

- Abuelo, ¿a que los mayores lo saben todo y todo lo pueden arreglar?

- Por desgracia no

- ¿El abuelo de Diego se llamaba como tú?

- No lo sé, si te digo la verdad no lo recuerdo.

- ¡Qué tramposo, no me lo quieres decir!

- Ja,ja,ja, vamos a terminar el cuento.

Varios días después, el abuelo regresó para devolverle el soldadito a Diego, el cual se puso muy contento al ver que su juguete había quedado como nuevo. Aquella misma tarde, aprovechando que Diego se había ido al cine con sus padres, el soldadito volvió a marchar, haciendo sonar su tambor como nunca lo había hecho. Todos sus compañeros acudieron para darle la bienvenida, incluso organizaron una gran fiesta en su honor. Ese día el soldadito fue feliz, pero no más feliz que cuando sus amigos se le acercaron para recordarle que siempre podría contar con ellos. Fin.

- ¿Esto cuento no tiene moraleja abuelo?

- Claro que sí, tú cuál crees que es.

- No lo sé, ¿qué siempre hay que llevar los cordones de los zapatos abrochados?

- Bueno, eso también.

- Abuelo, así no se acaban los cuentos.

- Es verdad, Colorín, colorado, este cuento se ha acabado

- Eres el mejor abuelo del mundo, todos los nietos debería tener un abuelo como tú, y si no se lo tendrían que inventar.

- Eso es porque tengo el mejor nieto del mundo.

- Abuelo, estás llorando

- Será una mota de polvo

- Abuelo…

- Qué.

- Siempre me dices lo mismo.

- Es hora de dormir.

- Buenas noches abuelo.

- Buenas noches Diego.



Todos los personajes son inventados excepto Diego y “el patito pirata del ala de palo” Inspirado en la canción de Enya “One toy Soldier” y en el libro de Fernando Sánchez Dragó “ Soseki, inmortal y tigre”. Pero sobre todo, inspirado y escrito por y para mi hijo Diego.



Mario Jiménez.













2 comentarios:

  1. Muchas veces me he pensado en inventar un cuento cada día para contar a mi hija antes de ir a dormir. Esta es la intención. Cuando llega la noche, un beso y un hasta mañana (que suena a déjame un poco en paz) y ni siquiera leo para ella un cuento que hayan escrito otros. Supongo que no tengo talento para escribir. Esta es la realidad.

    Ya va siendo hora de hacer que la intención cambie la realidad.

    Gracias por la inspiración.

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