El olvido es desvivir lo vivido, desaprender renunciando a las experiencias, dar un paso adelante y dos atrás. Somos lo que hemos vivido, si olvidamos, en cierta manera, dejamos de ser.
El olvido también puede ser cura para las heridas. Es la última opción, como el cirujano que no tiene más remedio que amputar un pie gangrenando. Más vale perder que más perder. Pero es una pérdida al fin y al cabo. Incluso los malos recuerdos son valiosos, quizás los que más. Nos recuerdan lo que no hay que hacer, y por oposición nos enseñan lo que hay que hacer. Aquellos momentos tristes nos hacen valorar los alegres. Además, nos enseñan que todo pasa, lo bueno, pero también lo malo. No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.
Harold Pinter decía: “El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar”. Y estoy completamente de acuerdo, a veces la memoria nos juega malas pasadas, otras, en cambio, somos nosotros lo que nos agarramos a una mentira como a un clavo ardiendo. Pero estoy convencido que más vale tener algunos recuerdos “falsos” que perder uno solo verdadero.
Por fin me decidí a abrir una cuenta de Facebook. Como mi amigo Fran (él todavía no ha caído) nunca le encontré utilidad. Hay otras formas de de mantenerse en contacto con los amigos. Nuevamente pongo de ejemplo a los Emails que me intercambio con Fran, y que van formando un verdadero diario “de a bordo” de mi estancia en Filipinas. Claro, eso requiere un esfuerzo. Facebook parece un atajo, café para todos. Conozco a gente que tiene más de 1000 personas admitidas. Parece que con poner en el “muro” que nos acabamos de levantar o que nos vamos a la peluquería (información muy útil y relevante) ya hemos cumplido con nuestros 1000 “amigos”. Supongo que en breve me cansaré y lo daré de baja.
A pesar de todo, encontré una utilidad: buscar a los amigos de la infancia. Si empezaba diciendo que el olvido es desvivir lo vivido, el recuerdo es vivir dos veces. Busqué mis antiguos colegios y allí estaban. Pude reconocer con facilidad a muchas caras y les mandé mensajes para intentar recobrar el contacto. Algunos han contestado, otros no. C'est la vi.
Sin embargo hay un caso especial, el de mi mejor amigo de la infancia, Javier. Estuvimos juntos, y me refiero sentados pupitre con pupitre, desde 1º hasta 6º EGB. Realmente éramos inseparables, uña y carne, hasta que el “destino” nos separó cuando yo me cambié de ciudad. Guardo millones de recuerdos, no todos buenos, por supuesto. Recuerdo un recreo en que nos peleamos y no se le ocurrió otra cosa que tirarme una piedra que me abrió una brecha en la ceja izquierda, sangraba como una herida de guerra. Cuando mi profesora, Maria José, me vio llegar con la cara ensangrentada casi se cae de espaldas. Pero también guardo momentos preciosos, por ejemplo el de nuestra despedida. A Javier le había tocado un Álbum con todos los cromos de “David el Gnomo”, era su mayor tesoro. Yo, por más yogures que mi madre me compraba, no lo conseguía. El último día que nos vimos, Javier vino corriendo a mi casa y me regaló aquel álbum. Ya estaba a punto de montarme en el coche.” Para que te acuerdes de mí y de que seguimos siendo amigos”, me dijo. A cambio yo le di mi comic favorito. Todavía hoy guardo aquel álbum, nuevo, como si me lo hubiera dado ayer, recordándome que todavía somos amigos a pesar de que el calendario ha cambiado 23 veces de año.
No pude encontrarle en facebook, pero sí a su hermana. Ella no tardó en trasmitirle el mensaje, y esa misma noche tenía un correo de mi amigo. Después de más de dos décadas, nos volvíamos a encontrar. Yo me había imaginado como sería aquella primera carta. Esperaba un “joder que alegría, ¿qué es de tu vida? Había incluso planeado ir a visitarle cuando fuera a España y llevarle el álbum de cromos, tomarnos unas cervezas y echar la vista atrás por unas horas. Pero la realidad, una vez más, me dejó sentado de culo y chupándome el dedo. Mi amigo simplemente no se acordaba de mí. Quiero decir que no tenía ni la más remota idea de quién era. Vuelvo a insistir en el hecho de que habíamos pasado 6 años sentados hombro con hombro. Incluso le envié una foto de clase que una antigua compañera me acaba de mandar. Nada de nada.
Quizás todo esto sea una tontería, estamos hablando de cosas que pasaron hace más de 20 años, de juegos infantiles, de cosas de críos. Pero yo me sentí un poco más solo. Como dice la canción de Keane, “me voy haciendo mayor y necesito algo en lo que pueda confiar”, aunque sea un viejo álbum de cromos.
Puede que este chico le de poca importancia a los amigos de la infancia, que tenga menos memoria que un pez o que alguien le devolviera la pedrada en la cabeza, qué más da. El caso es que he perdido la oportunidad de revivir todo aquello con mi amigo, pues mi amigo ya no existe, el olvido se lo ha llevado.
Mario Jiménez.
Pienso que con el tiempo ciertos malos recuerdos se olvidan un poco transformándose en no tan malos recuerdos porque no te duele tanto el recordarlos o directamente no te duelen y eso sí que es bueno. Luego tenemos neblinas de recuerdos; momentos que no sabemos por qué no los recordamos como quisiéramos. Es como cuando soñamos. Hay sueños que nos acordamos perfectamente, es más, que parecen tan reales que tienen una conmoción en nosotros; y otros sueños que tan solo recordamos una imagen, y nos quedamos con esa imagen, pues por más que le demos vueltas no conseguimos más. Y es que la mente es tan compleja..........
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