Decía mi amigo Fran que el amor es para los que tienen el estomago lleno. Supongo que el teatro con más razón. Hay que saber priorizar, no digo yo que no. Lo primero es los primero, aunque a veces viene bien saltarse esta, y otras muchas normas.
Filipinas no tiene una gran oferta cultural. Un museo en el centro de manila, donde guardan los restos de un viejo galeón español, y algunos conciertos de música clásica desperdigados por toda la ciudad. A parte de eso, poco, muy poco. En la cena que se celebró en casa del embajador español, por motivo de la hispanidad, tuve la oportunidad de charlar con Cesar Caballero, un reputado pintor madrileño asentado en la capital tagala. Cesar me comentó que los cuadros y esculturas en Filipinas no estaban en los museos, sino en manos de los particulares más afortunados.
Sin embargo, hay una compañía , the Repertory Philippines, que intenta promover el teatro en Filipinas. Suelen realizar cuatro obras a lo largo del año, siendo la última de estas la que más presupuesto y preparación tiene. Estás pasadas Navidades representaron Sweeney Todd, musical que ya tuve la suerte de ver en el teatro Albeniz de Madrid, hace ya más años de los que quiero recordar. Sin dudarlo un momento compramos las entradas para tan ansiada ocasión.
La obra se representaba en un pequeño teatro situado en la segunda planta del “green belt”, enorme y lujoso centro comercial del centro Makati. Al llegar, una señorita revisa en una arrugada hoja los asientos disponibles, señalando con un rotulador nuestras butacas recién adquiridas. Me di cuenta, nada más entrar al teatro, que la puesta en escena distaba mucho de aquella que pude disfrutar en Broadway, cuando Marisa me invito a ver “El fantasma de la Opera”. Ni falta que les hizo a los actores para demostrar su profesionalidad: Audie Gemora como Sweeney Todd y Menchu Lauchengco-Yulo como Mrs. Lovett, estuvieron simplemente maravillosos. La orquesta, genial, magnifica. Ya he comentado en muchas ocasiones, y me reafirmo, que los filipinos tienen un don par la música.
La función fue transcurriendo ante un público entregado… a otros menesteres. Sí, la gente nos se “conformaba” con llevar patatas y palomitas a una obra de teatro, sino que se atrevía con hamburguesas y pizzas enteras. Igualito que en la gran manzana. Me pregunto si habían hablado antes con Fran.
Después de tan opípara cena, tocaba la siesta de rigor. Me quede totalmente boquiabierto cuando, al llegar el descanso de la obra, pude ver a varios de mis “vecinos” entregados a los brazos de Morfeo. Roncando, todo sea dicho de paso. ¡Este sí que era el teatro de los sueños!
Al acabar fuimos abandonando el teatro, aún a riesgos de despertar a los “bellos durmientes”, que tenían poco de lo primero y mucho de lo segundo. La obra me encantó, ya lo he dicho, y más aún si tenemos en cuenta todas las dificultades con las que estos actores se encuentran para promover el teatro en Filipinas. Volvíamos así al mundo real y dejábamos aparcado, momentáneamente, el de los sueños, aquel al que te trasporta el teatro. Estés donde estés. Aunque ya se sabe, la vida es sueño y los sueños…
Mario Jiménez
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